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viernes, 16 de noviembre de 2012

De siete días, lo quiero ocho.


Tiene mil maneras de enfadarme, tiene mil y una formas de sacar lo mejor de mí. Es el flotador que me rodea cuando me ahogo en un vaso de agua. Pero un flotador duradero.
Si echamos la cuenta, tiene dos, mas cuatro, mas seis, mas infinitos lunares con un beso en cada uno, y una piel distinta a todas las demás, una piel que engancha y que me hace estar pegada todo el día a él. 
El orgullo sobra, el tiempo falta. 
Le conocí por casualidad, y resultó ser la mejor casualidad de mi vida. La ilusión que me mantiene feliz, la sonrisa que permanece en mí, las ganas constantes de tenerle, con todos sus defectos, con todas sus virtudes. Que las despedidas más largas sigan siendo con él, las lágrimas mas cortas también, que sus brazos me sujeten antes de caer, y los dibujos en la espalda sigan estando presentes.
Hay veces que lo necesito como pez en el agua, y otras que lo mataría a bocados.

Y si he batido el récord del mundo en celos, en ganas, en sonrisas, y hemos batido el récord en querernos, que alguien me ponga un final si se atreve.




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